Mary Ann Baker había perdido a sus padres debido a una enfermedad no muy conocida que pronto se llevaría quien había sido su único apoyo en esos tiempos. Su hermano había tenido que viajar varias millas lejos de su hogar en Chicago en busca de un mejor clima para recuperarse y la única comunicación que había entre ambos hermanos era por medio del telegrama. Sin embargo falleció dos semanas después dejando a Ann sumida en una profunda depresión. Palabras como “Ni yo ni mi familia le interesamos a Dios” o “esta extraña manifestación de lo que llaman ‘providencia divina’ no es digna del amor de Dios” salieron de sus labios mientras la desesperación y el llanto se adueñaban de su vida.
Pensó que esto era más de lo que ella podía soportar y se preguntaba por qué Dios había permitido que esto le sucediera.
Fue entonces cuando leyó el relato de Marcos 4:37-39 en una lectura para niños y poco a poco pudo comprender cómo Dios podía darle paz al alma en medio de situaciones de dolor y calmar las tormentas del ser.
En 1874 el Reverendo H. R. Palmer le pidió que escribiera una serie de himnos para basadas en las lecciones de escuela dominical. Uno de los temas era “Cristo calma la tempestad”. Los recuerdos de su experiencia la inspiraron a escribir la letra del conocido himno Oh buen Maestro Despierta, y el Reverendo Palmer compuso la melodía.
Mary A. Baker 1874:
“El Dr. Palmer me solicitó preparar varios himnos con las temáticas de las lecciones de escuela dominical. Uno de los temas era “Cristo calmando la tempestad.” Su relación con una experiencia por la que había pasado recientemente, y este himno fue el resultado. Mi amado y único hermano, un hombre joven y de una amabilidad poco común y carácter promisorio, había sido llevado a la tumba, víctima de la misma enfermedad que había tomado antes a mi padre y madre. Su muerte ocurrió durante circunstancias particularmente desoladoras. Estaba a más de mil millas de casa, buscando en el cálido aire del soleado sur la salud que nuestro aire más frío no podía dar. De repente su salud empeoró. El escritor estaba enfermo y no pudo ir hasta donde él. Por dos semanas las largas líneas del telégrafo llevaron mensajes entre el moribundo hermano y sus ansiosas hermanas, cuando llegó la noticia de que nuestro amado hermano no habitaba más esta tierra. Aunque nos lamentamos no como los que no tienen esperanza, y aunque había creído en Cristo desde mi niñez temprana y siempre había querido entregarle al maestro una vida consagrada y obediente, me torné tremendamente rebelde ante esta dispensación de la divina providencia. Dije en mi corazón que Dios no cuidaba de mí ni de los míos. Pero la misma voz del Maestro calmó la tempestad en mi corazón pecador, y trajo la calma de una fe más profunda y una confianza más perfecta.”